18 may 2011

Pertenencia


El corazón del pájaro
El corazón que brilla en el pájaro
El corazón de la noche
La noche del pájaro
El pájaro del corazón de la noche
Si la noche cantara en el pájaro
En el pájaro olvidado en el cielo
El cielo perdido en la noche
Te diría lo que hay en el corazón que brilla en el pájaro
La noche perdida en el cielo
El cielo perdido en el pájaro
El pájaro perdido en el olvido del pájaro
La noche perdida en la noche
El cielo perdido en el cielo
Pero el corazón es el corazón del corazón
Y habla por la boca del corazón


"En:", en: Ver y palpar, de Vicente Huidobro (1941)

14 may 2011

Barro


Por si el tiempo me arrastra
a playas desiertas,
hoy cierro yo el libro
de las horas muertas.
Hago pájaros de barro.
Hago pájaros de barro y los echo a volar.
Por si el tiempo me arrastra
a playas desiertas,
hoy rechazo la bajeza
del abandono y la pena.
Ni una página en blanco más.
Siento el asombro de un transeúnte solitario.
En los mapas me pierdo.
Por sus hojas navego.
Ahora sopla el viento,
cuando el mar quedó lejos hace tiempo.
Ya no subo la cuesta
que me lleva a tu casa.
Ya no duerme mi perro junto a tu candela.
En los vértices del tiempo anidan los sentimientos.
Hoy son pájaros de barro que quieren volar.
En los valles me pierdo,
en las carreteras duermo.
Ahora sopla el viento.
Cuando el mar quedó lejos hace tiempo.
Cuando no tengo barca, remos ni guitarra.
Cuando ya no canta el ruiseñor de la mañana.
Ahora sopla el viento.
Cuando el mar quedó lejos hace tiempo.
En los valles me pierdo,
en las carreteras duermo.

"Pájaros de barro", en el disco homónimo de Manolo García (BMG, 1998)

5 may 2011

Adivinar la vida bajo las ramas

(Cuando fui hecho de maderas, también de fruto Dios me hizo. Ellos preguntaron: «¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos?». Me acerqué al pie del gran árbol de algodón y me admiré de verme entre tantos pájaros que cantaban).

Pequeña rama, tejí esta corona para tu cabeza,
Para ponértela y permanecer cantando todo el día.

He llegado hasta aquí como un pájaro perseguido.
Te pido permiso para descansar en tus dominios.

Quisiera respirar el cielo en todas sus direcciones
Y celebrar con alegría intensa este encuentro.

Pequeña rama, sé la razón por la que me poso en ti.
Al pie de esta colina, esperando conocer tus nuevas hojas.

¿Cómo puede refugiarse el corazón sin alegría?

Pequeña rama, he tejido esta corona en tu cabeza,
Es un nido blanco y redondo que mueve el céfiro.

Para mí es suficiente volar, danzar como un remolino,
Cantar todo el día y toda la noche al amor que vendrá.


"I", en: El cielo entre cenizas, de Santos López (Monte Ávila, 2004)

2 may 2011

Amo y señor de los tejados de la Ciudad Vieja


El vendedor de pájaros tenía al búho encerrado en una jaula. El animal dormía casi todo el día. Por más ruidos y morisquetas que le hacían los transeúntes, no se movía. Le pregunté al pajarero si era usual que alguien prefiriera un bújo en lugar de un canario o un periquito australiano. Según él, muy raras veces se vendía esa clase de ave. De vez en cuando los taxidermistas o los miembros de alguna secta se acercaban para regatear el precio del animal. Ese búho que dormitaba plácidamente tenía varios meses sin comprador. Abría un ojo y se quedaba mirando al curioso de turno como si estuviese resolviendo un acertijo. Los jubilados se agolpaban frente a la jaula y le pedían a coro que girara la cabeza. Una tarde encontré la jaula del búho vacía. El pajarero explicó que el día anterior dos individuos se presentaron en su tarantín para ofrecerle una suscripción en la revista bimensual de la ASPA (Asociación de Simpatizantes y Protectores de Animales). Aprovechando un descuido del pajarero, que buscaba sus gafas entre las bolsas de semillas y los cuadernos de contabilidad, uno de los asaltantes abrió la portezuela de la jaula del búho. El pájaro abrió los ojos y sacó la cabeza fuera de la jaula, mirando de un lado a otro como quien quiere atravesar una calle de doble circulación. Intentó un primer impulso que le sirvió de recordatorio de cómo se alza el vuelo. Luego, con un torpe aleteo, salió volando hacia los tejados de la Ciudad Vieja. Cuando el pajarero se dio cuenta del fraude, los embaucadores de la ASPA se habían sumergido entre la multitud que a esa hora arrastraba sus sacos y sus maletas por el bulevar de Los Encantos.

Con el tiempo el búho se convirtió en amo y señor de los tejados de la Ciudad Vieja. Gatos, ratas y murciélagos se doblegaban ante su presencia. Aparecía después de medianoche, parado en el alféizar de las ventanas. La gente creía que era un ángel. En noches de luna llena caminaba meditabundo por las cornisas de los edificios, intentaod resolver los crímenes de la calle Copérnico. Algunos vecinos lo buscaban para lincharlo. Iban armados con palos y crucifijos. La Casa Verreaux envió una comisión para capturar al animal. La secta de los escupidores también quería atraparlo, pues corría el rumor de que el búho podía servir de oráculo.


"El búho". En: Salvar a los elefantes, de Luis Enrique Belmonte (Equinoccio, 2006)