27 nov 2010

Revolotea la temeridad



You won a prize for that,
for telling lies like that
So well that I believed it.
And I never felt cheated.

You were the chosen one,
the pure eyes of Noah's dove.
Choir boys and angels
stole your lips and your halo.

In your reckless mind,
you act as if you've got more lives.
In your reckless eyes, you
only have time and your love
of danger
to it you're no stranger.

In that August breeze
of those forgotten trees,
your time was set for leaving,
come a colder season.

In your reckless mind,
you act as if you’ve got more lives.
In your reckless eyes,
it's never too late for a
chance to seize some final
breath of freedom.

Very, so very wise.

Don't reveal it. I'm tired, tired of knowing
where it is you're going.

In your reckless mind,
you act as if you've got more lives.
In your reckless eyes,
it's never too late for your love of danger
to it you're no stranger.

In your reckless mind,
you act as if you've got more lives.
In your reckless eyes, it's never too late
for a chance to seize some
final breath of freedom

Noah’s Dove”, en: Our Time in Eden, de 10000 Maniacs (1992)

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25 nov 2010

La ONU emplumada

“El porte de los pilotos de aviones es inidentificable a simple vista. El de Moacyr Oliveira, piloto caraqueño de padres brasileros y de clase acomodada del Este de la capital, denota cierto aire inmortal en sus gestos: su mirada parece haber atestiguado apoteósicas batallas en selvas vírgenes y preñadas de diamantes. El piloto Moacyr de los Olivos, como es conocido entre su MTC (Moacyr Trust Circle), como le dice a sus más allegadas amistades, vive prácticamente en su avión. Un amplio recorrido por su biografía nos da a entender que ha volado más que caminado distancias. Se rumora que activa el piloto automático para dedicarse a la caminadora que le obsequiaron sus padres cuando cumplió cuarenta años, infringiendo, de este modo, normas internacionales en aquellos vuelos que se precipitan a un mar de aburrimiento donde las tormentas y turbinas con súbitas fallas de engranaje brillan por su ausencia. Así que el MTC opina que Moacyr camina mientras vuela, en otros de sus alardes de intoxicada veneración.

Hace más de una década, reunido en una fiesta íntima con los exclusivos miembros del MTC, del que hoy día están activos apenas el diez por ciento (Mauricio Rojas, mecánico industrial y mejor amigo; y Ana Fabiola Greyhs, aeromoza y su esposa), Moacyr dijo: “A partir de mi próximo vuelo, de cada país que visite me llevaré un pájaro”. Si antes estaba lleno de numerosas excentricidades como la caza de rinocerontes y elefantes para negociar sus codiciadas protuberancias óseas, su nuevo pasatiempo dinamitó todos los anteriores para quedarse como rasgo característico de su persona. Moacyr de los Olivos pasó a ser El coleccionista de pájaros, bautizado así por otro seguidor rancio. Para (man)tenerlos a todos, no le quedó otra que comprar un apartamento en Bloque 4. Hasta ahora ciento doce especies diferentes representan lo más cercano a la versión de una Naciones Unidas, no sólo por la diversidad de especímenes conviviendo bajo un mismo techo y enjauladas, sino por la intolerancia de los vecinos al estridente cantar de los pájaros, cuya aversión se compara a grupos que rechazan este organismo a tal punto de querer incinerar el E-3 con todas esas toneladas de plumas bajo un mismo techo.

A Moacyr, la vida en las alturas le amoldó la personalidad, haciéndolo un filántropo de todo aquello que vuele y pese más de 500 gramos. Su osadía lo llevó a instalar en ese apartamento un Arca de Noé inmóvil, cuadriculada y con recibos mensuales de luz, gas, teléfono y condominio a la orilla de la puerta".


“Coleccionista de pájaros”, en La senda de los diálogos perdidos, de Mario Morenza (2008)

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19 nov 2010

Cuando la jaula eres tú



Coloca tu mano derecha sobre el lado izquierdo de tu pecho. Siente cómo se retuerce el ave de rapiña en la celda de tu cuerpo. Cómo trata inútilmente de hallar la salida, de levantar vuelo. Se ha ido ahogando poco a poco en el veneno rojo de tu sangre. Pero no creas que hay un solo verdugo. No supongas que mientras encarcelas a esa hermosa fiera en los sitios más recónditos de tu tórax, ella, animal vibrátil y ponzoñoso, se comporta mansamente. Su venganza es implacable. Sabe que con tenderse en el piso de la jaula y dejar caer sus párpados, tus alegrías orgiásticas habrán terminado para siempre. Con sólo dejarse vencer por el sueño acumulado pondría fin a tus gestos y arroparía de sombras tus contornos. Pero con una última esperanza trenzada en los colmillos, se agita en movimientos fugaces y rítmicos. Impulsa el torrente purpúreo que todo lo inunda, que se desborda en hospitales y campos de batalla.

Por ello te advierto, antes de que le encuentres verdadero gusto a estas lecturas, que hace tres días abrí mi celda y lancé al vuelo un halcón rojizo.


“Instrucciones”, en: Aves de madera, de Gustavo Morales Piñango (1978)

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15 nov 2010

Nidos toyenescos



La imagen de la izquierda pertenece a Achu, blogueando la vida, una estupenda bitácora visual del argentino Juan Castro que prueba que el mundo abunda en discretas maravillas… Incluso en nuestras calles. El asunto está en tener un ojo dispuesto a detectarlas. Un ojo atento a la magia de lo cotidiano.

Con su juego entre lo real y lo "tatuado" en la pared, esta foto me trajo a la memoria El mito de la luz (1946, a la der.), un cuadro de esa olvidada surrealista checa que se hacía llamar Toyen (Marie Cerminova, 1902-1980).

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11 nov 2010

Destino

"Poco me ha faltado para ser ave
Paloma torcaz avecita asustada
¿No tendré un destino equivocado?"


XXI, de: Invernadero, incluido en Daños espirituales, de Cecilia Ortiz (2006)

6 nov 2010

¿Quién dice que la TV no es educativa?

Como tantos otros chicos de mi edad, descubrí a Edgar Allan Poe a principios de los noventas gracias a una trampilla insospechada: el tercer episodio de la segunda temporada de Los Simpsons, titulado “Treehouse of Horror” (mejor conocido por estos lares como su primer “Especial de Halloween”).

La tercera y última historia de ese episodio era una parodia de “El cuervo”, el magnífico poema de Poe, leído por Lisa Simpson. Fascinada por la nostálgica evocación que, encarnando al narrador, Homero hace de la difunta Eleonora (Marge), y por los desesperantes y jocosos “Nunca más” de Bart quien, en el papel del cuervo, permanecía sobre el busto de Palas en el dichoso dintel, hice que mi padre corriera a comprarme Narraciones extraordinarias. Por supuesto, no le dije que era una recomendación indirecta de mi programa favorito de dibujos animados de esa época, sino que me lo habían mandado a leer en el colegio.

Debo confesar que, aunque “El cuervo” conserva un lugar especial en mi corazón debido a su enigmática atmósfera (además, me siento orgullosísima de que un venezolano —nuestro insigne Juan Antonio Pérez Bonalde— tenga el mérito de haber logrado su más pulida traducción al español), fue la narrativa de Poe lo que me cautivó para siempre, al punto que intenté imitar (o remedar) su estilo en algunas de mis primeras tentativas literarias.

Todavía hoy, oír al impaciente Bart diciéndole a Lisa: "¿Sabes qué me hubiera asustado?". "¿Qué?". "¡Cualquier cosa!", no tiene precio.

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4 nov 2010

España

"En aquel edificio de aquel país suramericano los inquilinos gastaban el tiempo haciendo malabarismos con la imaginación.

Ellos dijeron que yo nunca salía a ninguna parte y que de noche mi apartamento siempre estaba en tinieblas; hasta que se les ocurrió decir: "Esa señora debe ser ese pájaro que siempre sale de allí".

Cuán equivocados estaban ellos: yo jamás salí de mi país, jamás salí de España".


"Pájaro", en: Faltrikera y otros bolsillos, de Chevige Guayke (1980). Ilustrado con el último cuadro de Joan Miró, El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna (1955)

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1 nov 2010

Cantarán

“Un par de días después, el señor Hausmann me dijo que debía comprar una bicicleta. Era demasiado lento trabajando. Antes habían tenido a un muchacho que era tres veces más rápido que yo. Con la bicicleta la cosa no fue mucho más rápida. Siempre había gente con la que me quedaba enganchado. Había un anciano calvo con dos pájaros en una jaula. Necesitaba de esos pañales para adultos. Decía: «Saben cantar, quédate un rato, chico, de un momento a otro empezarán a cantar». Yo sabía que no podía irme antes de que hubieran cantado algo. Naturalmente podía irme, pero entonces me quedaba sin propina. En esa farmacia ganaba cinco florines y medio, y si esos pájaros cantaban algo conseguía tres veces más de lo que ganaba en la farmacia. Cada vez tardaban más en emitir algún sonido esos pájaros y a menudo me daban ganas de cogerlos en mis manos y sisear: «Como no cantéis os estrangulo».

Lo peor era cuando se ponía a cantar él para animar a los pájaros. Después de cantar un verso le daba un ataque de tos de media hora. Entonces tenía que darle golpes en la espalda y llenaba toda la habitación con las miasmas de sus estornudos. En un ataque de esos se lo hizo también en los pantalones. Toda la habitación apestaba. Cuando ya se le había pasado todo, empezaba de nuevo: «Vamos a darles un poco de alpiste». Todo estaba pegajoso en esa habitación: los armarios, las puertas, el suelo, la jaula, las sillas, el alpiste, los periódicos, incluso el dinero que me daba. Allí siempre apestaba a orina.

También la luz de la habitación tenía el color de la orina.

Cuando finalmente salía, debía recuperarme primero. Luego se murió uno de los pájaros. Ya no era necesario cantar. El viejo se quedaba sentado en la silla. Un trapo sobre la jaula. El pájaro muerto seguía sobre la mesa. Empezaba a apestar.
—¿No sería mejor sacarlo? —pregunté.
—¡Déjalo ahí! —rugió. Tampoco volví a recibir ya los diez florines. Estaba muy raro. Quería pudrirse con ese pájaro suyo. Cuando llamaba le ponía los pañales en la mano y salía corriendo”.


De: “La farmacia”, en: Lunes azules, de Arnon Grunberg (1998)

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