22 feb 2010

Zaratustra tuvo uno de estos…

“El kahir es un pájaro de cinco centímetros de largo dotado de la facultad de hablar, pero que siempre habla de sí mismo en tercera persona, diciendo por ejemplo: «Es un gran pájaro pequeño, ¿verdad?».

La mitología persa sostiene que si un kahir aparece en el antepecho de la ventana al amanecer, un pariente se hará rico o se quebrará las dos piernas en una rifa.

Se dice que a Zaratustra le regalaron un kahir por su cumpleaños, aunque lo que realmente necesitaba eran unos pantalones grises. El kahir aparece también en la mitología babilónica, pero de una manera mucho más sarcástica, y diciendo siempre: «Ah, déjate de cuentos».

Algunos lectores pueden tener referencias de una ópera de Holstein poco conocida, titulada Taffelspitz, en la que una joven muda se enamora de un kahir, lo besa y ambos vuelan por la pieza hasta que cae el telón”.


“El kahir”, viñeta de “Fábulas fantásticas y animales míticos”, en: Sin plumas, de Woody Allen (1976)


17 feb 2010

Repliegue de alas

“El silencio ronda en los patios sin dejar papeles escritos, aquello que después llamaremos obra. El silencio lee cartas sentado en un balcón. Pájaros como ronquera, como mujer de voz grave. Ya no pido toda la soledad del amor ni la paz del amor ni los espejos. El silencio esplende en los pasillos vacíos, en las radios que ya nadie escucha. El silencio es el amor así como tu voz ronca es un pájaro. Y no existe obra que justifique la lentitud de movimientos y los obstáculos. Escribí «una muchacha desconocida», vi una radio junto a la ventana y una muchacha sentada en una silla y un tren. La muchacha estaba atada y el tren en movimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas y silencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en la piscina como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio… «He visto algunos matrimonios felices, el silencio construye una especie de victoria para dos, vidrios empañados y nombres escritos con el dedo»… «Tal vez fechas y no nombres»… «En el invierno»… Escena de policías que irrumpen en un edificio gris, ruido de balas, radios encendidas a todo volumen. Fundido en negro. La ternura de puta vieja y su capa de silencio plateado. Y ya no pido toda la soledad del mundo sino tiempo. Ellos disparan. Frases como «he perdido hasta el humor», «tantas noches solo», etc., me devuelven el sentido del repliegue. No hay nada escrito. El extranjero, inmóvil, supone que eso es la muerte. El jorobadito tiembla en la piscina vacía. He encontrado un puente en el bosque. Relámpago de ojos azules y pelo rubio… «Hasta dentro de un tiempo, nunca más solo»…”.

“Nunca más solo”, en: Amberes, de Roberto Bolaño (2002)

14 feb 2010

Visitas (una variante del encabezamiento de este blog)


"Todas las visitas que he tenido en mi vida han venido, se han sentado y no han dicho nada".


"Comprensión", en: Para no olvidar. Crónicas y otros textos, de Clarice Lispector (2007)

6 feb 2010

Entrenador de aves (el rastro de tu nieve en mi sangre)

Recuerdo la tarde en que me llamaste “pajarita”. Una licencia que todavía hoy —más de una década después— me conmueve y me irrita. Yo no era un pájaro, pero esa era tu manera de demostrar interés. Convertirme en tu ave doméstica con un apodo improvisado y, ¿por qué no?, hasta tierno. Fingir preocupación por un bólido inseguro que no hacía más que chocar contra las paredes sin ganar puntos, ni proferir jamás el lamento que, como una abolladura, se leía en su frente.

Sí: el pinball de la alondra suicida. Eso debo haberte parecido entonces.

Era una tarde lluviosa. Tú (la Extroversión) estabas en Módulo 1, en Planta Baja, sentado en el piso fumando y chachareando con tus amigos. Yo (la Tragedia) vagaba “enjaulada” en mi amargura por todo el Edificio de Aulas, sin saber qué hacer con aquella hora muerta. Pronto pasaría ante ti y los tuyos en plan de huida. Porque no había venido al mundo a perder tiempo. Tenía muchos salmos por componer, ¿sabes? En casa, en mi cuarto, me esperaba el tirano procesador de palabras, medias de algodón secas, música para anegarme.

Justo cuando abría mi paraguas para salir volando (más cuervo con prótesis que Mary Poppins), te oí preguntar: “¿Adónde vas, pajarita?”. No me volví, no hacía falta: conocía de sobra esa voz, sabía que la cosa era conmigo, contra mi cascarón, que se fingía resistente. ¿Qué adónde iba? Hum (¿creerás que todavía no lo sé? Sólo sé que ya no iré contigo, al menos una certeza para estos días de mudar las plumas y parabrisas empañado). Mi boca se torció en un mohín de contrariedad y me entregué al diluvio con el ímpetu de mis incómodos diecisiete años. El agua me engulló al instante, con su hambre de gato callejero.

Era mi modo de decirte: “No te debo obediencia. Ni a ti, ni a nadie que tenga su morada bajo las nubes”.

¿Cómo podía imaginar que me cobrarías tan caro ese desdén inicial?

1 feb 2010

Física y metafísica de los señores emplumados


“Entonces te nace una duda: ¿no será este el mismo pájaro que viste más temprano, fracturado, apagado, mudo para siempre? Aquel pájaro muerto te remite de un modo umbroso, difícil de explicar, a este ejemplar vivo. Sabes que eso va en contra de la causalidad. Lo lógico sería: primero vivo, luego muerto. Pero tu realidad es refractaria a toda lógica: primero lo viste muerto en la acera, y luego revoloteando y silbando un aria, como si nada. ¿Sabrán los pájaros en qué consiste la muerte? ¿Sabrán, como los perros amaestrados, hacerse los muertos? ¿Pueden los pájaros muertos aparecer como fantasmas? ¿Será que este pájaro resucitó porque profesa la fe cristiana? ¿Será una versión económica del Fénix? ¿Será que no estaba muerto, sino de parranda, y cuando lo viste sólo dormía la borrachera? ¿Será el mismo, apareciendo y desapareciendo por doquier, poniendo a prueba tu cordura, haciendo doble turno? ¿Y si hubiera un solo pájaro para toda la ciudad? Sí, un pájaro que adopta la forma de los pensamientos de quien lo contempla (como alguna vez lo fue un gato para Schrodinger y para Schopenhauer, quién sabe si el mismo gato). O un pájaro que se metamorfosea según el estado de ánimo de quien lo piensa. Un pájaro filósofo, para un filósofo aficionado… y paranoico”.

“Pájaros que evocan pájaros”, de Ana García Julio, en: Quince que cuentan. II Semana de la Nueva Narrativa Urbana. Ana Teresa Torres y Héctor Torres (comp.) (2006)