29 abr 2010

No les gustan los aeropuertos

A menudo hay que abrir las jaulas, abrir las manos, abrir la mente, porque ellos picotean, sus cantos se derraman, pugnan por salir; no se les puede retener ni para una foto, no se les puede asir siquiera para un café, no toleran hallar azúcar donde supuestamente había sal, no confían en las profesiones (ni en la profusión) de empatía.

Peligro de tormentas bellas pero incontrolables.

A algunos pájaros no les gustan las pistas de aterrizaje, los aeropuertos, ni siquiera los clandestinos; no les gusta la grama, los jardines, los canteros, las flores, los nidos sencillos. Su vida está en los aires, en los cielos, en estrofas de nubes, en manotazos de sol, en el desabrigo.

No cuestiono su reconcomio hacia los humanos: ya que no podemos montarlos como alfombras mágicas, como caballos, les hemos creado mastodónticas réplicas de metal, impersonales robots, llevando a su reino la humana plaga del tráfico.


22 abr 2010

Spring is here again…
















"Si la vida es sólo un sueño,
¿para qué, entonces, el esfuerzo y la pena?
Yo bebo hasta que ya no puedo más,
¡todo el querido día!
Y cuando ya no puedo beber más
porque el gaznate y el alma están llenos,
entonces camino vacilante hasta mi puerta
y duermo maravillosamente.
¿Qué oigo al despertar? ¡Escucha!
Un pájaro canta en el árbol.
Le pregunto si ya es primavera...
Para mí, es como un sueño.
El pájaro responde, parloteando: ¡Sí! ¡La primavera
ya ha llegado, ha venido por la noche!
Con el asombro más profundo, escucho atentamente,
¡el pájaro canta y ríe!
¡Me lleno nuevamente la copa y la vacío hasta el final,
y canto, hasta que la luna brilla
en el oscuro firmamento!
Y cuando ya no puedo cantar más,
me duermo otra vez.
¡Qué me importa la primavera!
¡Dejadme estar borracho!"


“Der Trunkene im Frühling” (El borracho en primavera), quinto movimiento de Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra), de Gustav Mahler (1907-1909)

19 abr 2010

Ese pájaro que inaugura el día

“He tomado mi sopa fría, cedido el turno de lectura a la prensa, renunciado a mi ración de ron. He callado y sonreído durante todo un largo día. Una energía silenciosa me confiere este temple, proviene de ese propósito de no aceptarme tal como soy, de hacerme otro y si le cedo el paso a otro hombre, es a ese espécimen que sólo yo puedo crear, no algo diferente y basta, sino algo diferente a mí mismo. El demonio busca al ángel. El ángel ama al demonio.

(…)

Quiero aguardar el amanecer, esperar que el círculo de pájaros que habita este pequeño horizonte y tiene sus nidos justo sobre nuestras cabezas, cruce el espacio que abarco con mis ojos, de un extremo a otro de la ventana. El primer pájaro está suspendido como una nube en mitad del cielo, sobre la copa de un árbol”.

En: El desolvido, de Victoria De Stefano (1971)

14 abr 2010

Oro, negro, rojo

Tenía un color magnífico; era un Carpintero,
Le descargué mis perdigones,
Pareció titubear, luego cayó sobre una ancha hoja de palmera.
Lo tomé en mi mano. Era así: oro, negro, rojo.
Lo palpé, le desplegué las alas, lo examiné minuciosa y largamente: Estaba intacto.
Debió morir de una conmoción súbita.


“Muerte de un pájaro”, en: Quien fui (1927), de Henri Michaux


5 abr 2010

Huevos de águila en el desayuno del Universo

“Los distintos pueblos de la raza finesa y sus tribus asociadas iban a dar lugar a una de las mitologías más curiosas surgidas en la Europa primitiva. Se hubiera conocido muy poco de ella de no ser porque a principios del siglo XIX el estudioso folklorista Lönnröt decidió recoger todas las tradiciones orales que aún se transmitían en los pueblos de Finlandia en un libro al que llamó Kalevala. En este libro, además de narrar todas las hazañas de los dioses y héroes del panteón finés, el folklorista nos cuenta cómo imaginaba este pueblo el nacimiento del mundo.

Según las leyendas, Luonnotar, la Hija de la Naturaleza, flotaba sola en el mar que llenaba las regiones celestes. Harta de su existencia solitaria, quiso ser fertilizada por el soplo del viento y las olas del mar. Y ya fértil flotó en las aguas durante siete siglos sin poder hallar un lugar donde descansar. Apareció entonces en el cielo un águila que también estaba tratando de hallar un lugar donde construir su nido. Al ver la rodilla de Luonnotar, que salía de las aguas, el águila hizo su nido encima y empolló sus huevos. Pero al notar la Hija de la Naturaleza el calro en su piel, movió la rodilla y los huevos rodaron hacia las profundidades del mar. Allí, al romperse, sus restos dieron origen al mundo.

De la parte inferior de sus cascarones surgió la Tierra y de la superior los cielos. El Sol y la Luna nacieron de las yemas y las claras respectivamente. Los fragmentos blancos de los huevos se convirtieron en estrellas y los negros en nubes. Podía iniciarse el nacimiento de todos los seres vivos”.

“Cosmogonía finesa”. De “El origen de la Tierra”, en: Enciclopedia Juvenil Planeta 2 (1979)